Preparatoria 8 / 2015 B
En el pueblo de Luvina todos eran fieles a su reina. De ahí que el pueblo se llamara como su Excelencia: Luvina. Por las noches llovía y había mucha neblina. Esto ponía nerviosos a los habitantes porque se rumoraba que en esas noches, cuando la visibilidad era poca, se oía el llanto desgarrador de la reina que buscaba, sin cesar, a su único hijo perdido. La gente de Luvina cuenta que un rey malvado se enamoró locamente de ella y quiso desposarla, pero ella se negó. Años después la reina se casó con otro hombre y tuvo con este un hijo. Dicen que a la reina le fue arrebatado este hijo como venganza: el rey malvado le robó a su único hijo para hacerla sufrir tanto como él sufría. La reina Luvina pasaba la noche llorando y las mañanas caminando largos senderos en busca de su hijo. Dice la gente de ese pueblo que la esperanza que tenía la reina de encontrar a su hijo la hacía emanar una luz divina.
Un día Tomás, uno de los chicos más inquietos de Luvina, decidió salir en busca de una aventura porque estaba harto de hacer lo mismo todos los días. Así que tomó las cosas necesarias para el viaje y emprendió su aventura. Tomás quería respirar nuevos aires y conocer nuevas personas, pero sobre todo quería encontrar el amor, como el de los cuentos, como las historias que leía en la pequeña biblioteca de su casa.
Caminó y caminó hasta que cayó la noche y no pudo ver nada. Decidió dormir debajo de un árbol para descansar del largo día. Cuando comenzó a amanecer, los primeros rayos de sol le dieron en la cara y una manzana que cayó del árbol lo golpeó en la frente. Despertó y, mientras comía un par de manzanas, vio a lo lejos un enorme castillo que le llamó mucho la atención. Entonces Tomás pensó “ya sé cual será mi aventura: encontrar a la princesa de ese castillo y hacer que se enamore de mí”. Tomás estaba decidido a encontrar a la bella princesa. Caminó largas praderas y escaló altas montañas para llegar al castillo. En el pueblito donde se encontraba el castillo, se encontró con que los habitantes eran muy amables, tanto que le recordaron a su bella tierra Luvina, también llena de flores coloridas.
Tomás esperó a que cayera la noche para poder evadir a los guardias y entrar al castillo. Tomó la cuerda que llevaba entre sus cosas y la lanzó para anclarla al balcón principal del castillo. Trepó por la cuerda y descubrió un enorme lecho con pabellón. Tomás, muy emocionado por conocer a su princesa, abrió las telas que cubrían el lecho y se acercó a la persona que yacía en la cama para besarla. Temblaba por la emoción: conocería al fin su hermoso rostro. Cuál sería la sorpresa de Tomás cuando se percató de que quien tenía enfrente no era una princesa, sino un joven como él. Tomás se espantó tanto que dio un enorme salto hacia atrás al tiempo que gritaba. El muchacho también gritó y los dos se quedaron mirando fijamente. Tomás le preguntó:
— ¿No se supone que debes ser la hermosa princesa de este castillo? ¡Así lo dicen todos los cuentos!
— ¡Claro que no! Me llamo Roberto y soy el príncipe de estas tierras. Amigo, debes aprender que no todo es como se cuenta en los libros. La realidad es otra.
Tomás, muy desconcertado, agachó la mirada y le preguntó que si no sabía dónde encontrar una princesa. Roberto le contestó que no y agregó:
— ¿No quieres quedarte esta noche a dormir aquí y mañana mismo te acompaño a buscar una princesa? Yo también quiero encontrar una.
A Tomás le agradó la idea.
Pasaron toda la noche platicando sobre sus vidas, hasta que los sorprendió el amanecer. Tomaron el desayuno y salieron en caballos a buscar otro castillo, pero al pasar por el pueblo de Luvina, Tomás invitó a Roberto a ir a su casa por algunas provisiones para el camino. La reina caminaba por las afueras del pueblo cuando se encontraron con ella. Tomás le presentó a Roberto y la reina tomó su mano, sintiendo una conexión con él de inmediato. Supo, en ese instante, que era el hijo que le habían arrebatado cuando estaba pequeño. Y por esa razón sus pueblos se unieron en paz y no hubo más rivalidades entre ellos.